viernes, 2 de agosto de 2019

RELATO #3: LEYENDAS


  ―El verano pasado alquilamos un bungalow en la montaña, en el valle de Biávara. Queríamos estar solos, sin las preocupaciones de la ciudad, y reavivar la llama que nos unía. A él siempre le gustó conectar con la naturaleza. Estuvimos una semana, y visitamos los pueblos de la zona. Nos fascinaron su cultura antigua, sus festivales y sus artesanías. Pero Marco era un enamorado de las leyendas, y disfrutó mucho con los cuentos de los ancianos, que hablaban de luponiños, copiacaras y mujeres de agua. «Se están extinguiendo, por eso ya no se habla tan a menudo de ellos como antes», nos contó con nostalgia un abuelo. Nos gustó tanto que decidimos alargar las vacaciones un par de días más. Llamamos a Felipe y no nos puso ningún problema para quedarnos. De hecho, nos lo recomendó y nos hizo él el papeleo.
  »La última noche, Marcos me convenció para que la pasáramos bajo la luz de la luna. Me aseguró que era una experiencia mística. Serían las doce, creo yo, cuando la niebla nos rodeó antes de que nos diésemos cuenta de que estaba allí. Él se levantó, y se fue a buscar troncos para encender un fuego. No se si fue por culpa del fuego, pero nos fuimos animando. Después de eso, solo recuerdo sus caricias, sus besos y su mirada penetrante. Sí, hicimos el amor de una forma salvaje. No nos dormimos hasta las tres.
  »A la mañana siguiente, al despertarme con el sol en su zénit, me di cuenta e que estaba sola. Fue dieciocho horas después cuando encontraron el cuerpo de Marcos cerca de una cueva. Los forenses dicen que hacía más de diez horas que estaba muerto.
  »Lo entendí todo más tarde, cuando pregunté a los viejos del pueblo por Felipe. Está en el cementerio, me dijeron. Hace dos años, una noche brumosa, se adentró en el bosque y acabó en el fondo de un barranco.
  »Y así es como pasó, se lo prometo. Sé que cuesta de creer, perol e pido que no se ría de mi, pro favor. Cada vez que me toco la barriga y noto los golpecitos me acuerdo de ello y... Me da mucho miedo, doctor. Así que ya ve, esa es la razón por la que quiero abortar.
  El médico la miró un par de segundos, y después su rostro se empezó a reconfigurar como si cientos de gusanos se movieran a la vez. Cuando se le estabilizó la cara, no fue el doctor sino Marcos quien le dijo:
  ―No puedo dejar que lo hagas. Existir en las leyendas no es suficiente, querida.





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